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martes, 5 de enero de 2016

El aljibe de atrás

La espesa noche oscura aún no me permitía contemplar aquellos pasos que daba sobre la calle. Ni la luna era cortés en aquel entonces, ya que no se encontraba, las nubes la habían encarcelado en algún lugar remoto del universo. Aquella bola más radiante que la luz de un foco en la oscuridad, y más inmensa que cualquier dimensión física del ser humano se había marchado, y tras su partida, la sombría noche era atravesada por un apesadumbrado trance que oprimía la  poca felicidad que vagaba por alguna de las viejas arterias de mi corazón. Tan languida era que las hojas que sobre las viejas ramas de los arboles yacían, parecían querer dejar de moverse pese al  frío viento que las castigaba con letal furia.  Sin lugar a dudas que eso sí era raro. Y me detuve para observarlas  con el sigilo que los leones utilizan para cazar a su presa.
Nunca había contemplado tan extraña  y paradójica situación.  Las hojas parecían que no querían ser empujadas y dominadas por el viento, y se resistían ante ello. Aquello, si que marcó la noche más misteriosa que en mi vida presencié. Pero no tendría magnitud comparativa  alguna con el  hecho, que a ustedes, simples mortales, les contaré más adelante.
Decidí seguir de largo, y caminar perdidamente entre   la    húmeda bruma que  emblanquecía  el ambiente.  Parecía  que mi cuerpo deambulaba por un pueblo fantasma.
Rumbo a mi casa marchaba, totalmente exhausto y con los pies arrastrando  en el suelo. Crujían en la callada oscuridad. Recién salía de mi trabajo en la oficina de policía. Pero no solo arrastraba mis pies, sino también la noticia de que  tres niños en la ciudad de Washington habían desaparecido en dos días. Bueno, en verdad eran dos, pero no sé porqué, en una de mis pesadillas aparecía el número tres.
Luego de atravesar ese trecho de terror, llegué a casa. Con mi esposa nos habíamos mudado hace dos semanas, a posterior de  efectuar  la compra del hogar en 250.000 dólares. Un precio módico para lo que simboliza tener una casa en George Town.
La cosa es que desde que llegamos las desgracias no cesaron.Muchas familias de la calle Upton, nuestra calle, sufrieron la pérdida de sus seres queridos. Y algo extraño había en esto, puesto a que solo los infantiles eran las victimas. Primero, una niña de doce años de edad había sido encontrada en la esquina totalmente mutilada y por ende sin vida; sus órganos desparramados sobre el pavimento, y su cabeza separada del cuerpo habían sido encontrados. Muchos pensaron en la hipótesis de que un camión o auto  realizó una marcha atrás y la aplastó, y que con cobardía, el autor se esfumó   del país, porque su cuerpo se encontraba plano como una hoja. Sin embargo, ¿cómo explicar lo de la cabeza? Su cuello había sido  rebanado como una rodaja de pan con un cuchillo u otra arma filosa.
Al día siguiente,  11 de diciembre para ser más exacto, otro cuerpo fue encontrado.  Sobre la acera de la calle Scott. Martin Krabel, compañero de mi hijo en el jardín, fue hallado por Miriam, una vecina de enfrente, quien  a altas horas de la noche, tras mirar por las pequeñas ventanas de su habitación, logró contemplar  una oscura figura que se ubicaba tendida sobre la vereda. En aquel momento la susodicha no estuvo a nivel del destino, y es que había pensado que  lo que allí había era algún animal muerto, o tal vez la ropa de algún joven que embriagado hasta la médula hubiese perdido a la salida del boliche. Pero para desgracia de todo el condado, la cosa era adversa.  Despanzurrado, fue encontrado el chiquillo, desde el  cuello hasta el vientre, y sin los ojos. Aterrador.
El cuerpo del niño tenía puntadas por todas las partes, dos incisiones en el cuello, otras dos cerca del estómago y una cerca de los riñones.
La conmoción que se desató en el barrio fue espeluznante, y a partir de las 17 horas,  luego  de que aquella avalancha de muertes emergiera por los oscuros y lúgubres sectores del vecindario , todos empezaron a cerrar sus ventanas y puertas.
Fue mi trabajo, ordenar a los policías para que vigilen cada  parte de la ciudad, y que observen de que nadie salga de sus hogares a partir de allí.
 Al día siguiente,  luego de tomarme unas copas sobre el vetusto escritorio de mi oficina, y  de descansar unas cinco horas,estuve junto a mi mujer e hijo  Mark. El niño me había llamado mucho la atención, lo notaba distante conmigo, su mirada ya no era la de antes, y tras de eso, se la pasaba todo el día en el patio trasero  sentado sobre un viejo  y redondo  aljibe de ladrillos que nunca había visto, es más, recuerdo no haberlo visto cuando el vendedor me mostró la casa.  No miento ni tampoco exagero que pasaba horas y horas mirándolo fijamente. Al momento  de la comida, yo siempre  interrogaba al niño, mi mujer nunca le preguntaba nada. El niño me decía que hablaba con su amigo.
-Ah  sí, y ¿cómo se llama? -le pregunté.
- No tiene nombre, él solo me habla y nos divertimos mucho-respondía.
Fue justo en ese instante que pensé que a mi hijo no le funcionaba bien la cabeza, por lo que  tomé  el teléfono y llamé al psicólogo para organizar una cita rápida, pero dijo que  recién mañana podría atenderlo a raíz de tanto trabajo.
Bueno, si lo que le divierte a él es estar allí detrás, mejor que quede allí.
Miré mi muñeca y la aguja del reloj dio vuelta de forma  drástica. Ya marcaba las 20:30 horas, y todo estaba oscuro.
Nos fuimos a acostar, apagué el  televisor, las luces de  casa y  me fui a la cama. Por la ventana, antes de recostarme, observé con rostro serio y fijo el aljibe. Yacía allí, en el centro del patio, con sus  húmedos ladrillos  resquebrajados,llenos de mohos que parecían tener siglos y siglos, y con su oscuro agujero de miles y miles de kilómetros hacia lo profundo.
Con mi esposa cerramos los ojos y luego no recuerdo que sucedió. Pero un ruido me despertó a la madrugada, venía del patio de atrás.  Cogí el palo de la escoba que se  ubicada a un rincón del dormitorio y bajé, pero cuando salí afuera no había nadie, todo estaba vacío, y lo único que en ese entonces se sentía, era el ruido de los grillos que sobre el césped y bajo los arboles se ubicaban. Entonces retorné. Al intentar hacerlo, justo apenas cuando moví el picaporte  hacia abajo para abrir la puerta, el sonido comenzó a escucharse nuevamente. Sin  lugar a dudas el ruido provenía del pozo, se asemejaba al de un cuchillo cuando raspa una pared.
Dí la vuelta  y me dirigí hacia el aljibe, desde arriba incline mi cabeza para intentar ver algo, pero lo lógico era que  por culpa de la oscuridad  en su interior, el final era imposible de contemplar. Por ello  grité:
-¡Hay alguien ahí en  el fondo!, grite brutalmente.
Nadie ni nada respondió. Entonces, para asegurar la vida de mi hijo y  para que  las chances de que cayera al pozo sean nulas,  fui al cobertizo y  cogí una chapa cuadrada y  oxidada(de esas que utilizan para construir los techos), la ubiqué por encima del agujero y con un martillo y clavo remaché de punta a punta, perforando la chapa y el viejo cemento del cisterna hasta tapar completamente ese agujero para nunca más volver a mirarlo. Marché a la casa y me acosté.
Esa noche me costó dormir mucho puesto a que tenía una sed inexplicable, por ello  tipo cinco de la madrugada me levanté, fui al comedor y cogí  un vaso de agua. Me senté en la silla y comencé a beber lentamente. El ruido que mi garganta hacía al digerir el agua me daba la sensación que retumbaba por todos los lugares de la casa. Pero sin lugar a dudas, el sonido que emitía al intentar tragar el líquido, nunca llegará a igualar aquel potente golpe.Evitó que pudiera tragar mi primer sorbo. Era el mismo ruido de hacía horas atrás, comenzó a sentirse nuevamente,  desde el mismo lugar, provenía nuevamente del   patio trasero de la  casa. Era insoportable, como si unas garras arañasen los viejos ladrillos del aljibe, por lo que decidí ponerle fin a dicho misterio; saqué el revolver escondido debajo de la heladera y  salí afuera.  Al salir me encontré con algo extraño, el aljibe ya no tenía la chapa, yacía sobre el césped, toda destrozada. Mi hijo estaba frente a él, y se acercaba lentamente, tenía los ojos negros y brillosos.
Me escondí con sigilo detrás de los arbustos ,   y una voz aguda   proveniente del    interior del pozo     comenzó a hablarle a mi hijo:
-Ven Mark, soy Martin, aquí estoy feliz, aquí estaremos feliz.Conmigo te divertirás, hay regalos, amigos y mucha comida -asintió esa voz  de niño.
Aquel tono de voz se asemejaba mucho al de su amigo muerto Martin Krabel. Es más, al reportarse desde el interior del pozo, se identificaba con aquel nombre.
Mark comenzó a acercarse   al momento que  el revolver de mi mano derecha apuntaba hacia el oscuro agujero del aljibe. Al detenerse mi hijo en una distancia de cincuenta centímetros del pozo, unas enormes   garras puntiagudas comenzaron a asomarse entonces, hincándose sobre los viejos ladrillos.
Gatillé el revolver para disparar, pero no tenía balas. Recordé que las había utilizado anteriormente, y que seguramente las tenía en el bolsillo derecho de mi pantalón. Por suerte al meter mi mano había una.  La saqué e introduje en mi pistola, cuando levanté mi vista para disparar,    un ser horripilante  salió del fondo del pozo, éste, era una especie de ser humano con dientes filosos, lo cuales goteaban sangre  asiduamente. Su piel era viscosa, arrugada y brillosa. En una de sus garras claveteaba el ojo de un niño y con una sonrisa macabra lo devoraba lentamente. De reojo miraba hacia mi ubicación,  su mirada oscura y sanguinaria se posó justo en mi rostro de pánico, y en ese momento toda la   sangre se subió a mi cabeza. La  sonrisa macabra que poseía comenzaba desde una oreja y culminaba en otra. Largó una carcajada aterradora,
  y con sus dos delgados y raquíticos brazos amarró a mi hijo y clavó sus pútridas y largas garras sobre el cuello,le rebanó la cabeza hasta que rodó a mis pies. Lejos quedó de su ubicación, pero  con una velocidad inexplicable expulsó su larga lengua de metros y metros, la cual atravesó con su afilada punta la cabeza de mi hijo  abriendo luego  desde esta una inmensa boca plagada de fauces largas filosas, la devoró de un bocado.  Perplejo quedé, tanto que quería gatillar el revolver, pero imposible era ya que mis dedos estaban paralizados como el resto de mi cuerpo. El extraño ser hincó sus garras sobre el resto del cuerpo del niño, se arrojó al pozo y se lo llevó   hasta lo profundo del oscuro agujero, difuminándose  en la oscuridad. El aljibe desapareció, una superficie plana de césped emergió, y lo último que me quedó de él fue  el recordado llanto desgarrador  que aún se puede escuchar cuando voy a tender la ropa en mi patio trasero. Como si con vida quedase sepultada para siempre su alma.

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