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miércoles, 20 de julio de 2016

El extraño ser

Eran las 22:00 horas .Acomodando sus juguetes el pequeño Hector se encontraba en la habitación, cuando oyó  rechinar la  puerta. El sonido pareció venir de abajo.
La pieza de Hector se encuentra en el segundo polvoriento piso de la casa. La puerta  de la entrada se cerró de golpe. Alguien entró.
-¿Mamá, eres tú?- preguntó el pequeño con enormes ojos que denotaban su intrigada alma.
-Sí hijo, soy yo- gritó su madre.
El pequeño continuó jugando. Tenía un diminuto auto de juguete color verde, con una delgada antena de alambre que colgaba del techo para captar la señal del control remoto, aunque el pequeño friccionaba sus ruedas sobre el suelo puesto que había perdido el control.
En ese entonces, se sentían ruidos en la escalera. Alguien subió  y tocó la puerta:
-Toc,toc, toc-se sintió sobre la oscura madera.
-Adelante, mamá-Dijo Hector.
Pero no accedió a la habitación,ni tampoco respondió, y marchó nuevamente, como bajando de la escalera.
El niño continuó jugando, y luego de media hora, un fuerte aroma a bifes encebollados comenzó a inundar el ambiente de la enorme casa.
El sonido de los cubiertos que la mamá de Hector emitía era terrible. Hacía doler los oídos al niño. Además, la licuadora, metía un barullo que parecía escucharse por todo el barrio.
-¿Estás bien,mamá?-Gritó el niño tras salir de la habitación  por el pasillo.
-Sí hijo, me siento bien. Tu vete a jugar-dijo la madre dando la espalda al niño, quien apenas veía su fisionomía agachándose desde el tercer piso y mirándola  detrás  de  uno de los barrotes de lustrada madera caoba.
Las horas pasaron y su madre lo llamó para comer:
-Hector, hora de cenar.
-Hector bajó y se sentó sobre la mesa. Allí, en la mesada, estaban los cubiertos, y la bandeja con los jugosos bifes encebollados, de delicioso aroma.
¿No esperaremos a Matt para cenar?
Matt no vendrá hoy, está en la casa de unos amigos-dijo la madre, con una mirada anestesiada, perdida en la seriedad.
Matt nunca tuvo amigos, pero el pequeño Hector decidió guardarse las palabras para él. La madre se fue al baño, y el susodicho quedó manyando los jugosos filetes.
Cuando el niño miró hacia la derecha, justo sobre la puerta que daba a la habitación de su hermano Matt, un reguero de sangre se escurrió por debajo de la rendija.
Hector quedó blanco como un papel escolar, y el pedazo de carne que se dirigía hacia su estómago, quedó atascado en su garganta como una enorme piedra.
Justo en ese instante llegó la madre, y se sentó sobre la mesa a deglutir un bife.
Hector la miraba, pero también miraba impactado el espejo que todos los días utilizaban para peinarse. El espejo daba a espaldas de la madre, pero quien se reflejaba no era su madre. Era un extraño ser lampiño y alabastro. Delgado, tan lo era que las costillas se marcaban sobre el arrugado y amarillento cuero. Parecía haberle arrancado la piel delantera a la madre de Hector y haberla puesto para cubrir su verdadero rostro.
El niño en silencio se levantó, y quedó mirando al extraño Ser que se hacía pasar por la madre. En silencio se mantuvo por un minuto, y el sujeto, con rostro de mamá le respondió:
-¿Tan pronto te llenaste?
-El pequeño tomó el sucio cuchillo con el cual había cortado la carne  y lo espetó en el ojo unos 8 centímetros de profundidad, traspasando desde el interior del cráneo la cien del Ser, hasta dejarlo agonizando de dolor y gritando con voz aguda.
-Te asesinaré maldito rufián-gritó una vez más el Ser revolcándose en el suelo.
Hector corrió  por el medio de la calle y alertó a todo el  vecindario pidiendo ayuda. Cayó de rodillas y se largó a llorar. La gente se acercó y él gritó:
-Ayuda, ayuda- Mataron a mamá y mi hermano, un extraño arrancó su piel y se la colocó en su cara.
Nadie creyó sus palabras, y menos cuando vieron a la madre salir de la casa, de la mano de Matt y diciendo:
-Tuvo un mal día, disculpen por haberlo molestado así.
La gente ingresó a sus hogares, y cuando esto sucedió, la madre de Hector emitió una mefistofélica sonrisa que arrugó  sus dos mejillas y arrancó del cuerpo de Matt su cabeza. Pues ya estaba muerto, aunque la madre supo pegarle el miembro.
La madre se acercó, pero Hector gritó, y justo al pasar un enorme camión cisterna, se arrojó bajo las  enormes ruedas. El camión los pasó por encima a ambos, pues la madre no lo soltó. El camión siguió de largo, sin darse cuenta que había pasado por encima dos cuerpos.
Hector no murió, quedó a un costado de la carretera del vecindario, herido en su brazo derecho, que parecía un filete que derramaba sangre  por los tantos cortes.
La madre estaba muerta, el cadáver había sido aplanado y detrozado  hasta reventar como un zapallo calabaza.Hector, con meliflua sonrisa gritó entre sollozos:
-Adiós asqueroso ser, estas muerto.
El ruido alertó nuevamente al vecindario, quien no tardó en salir de sus viejas chozas tétricas.
El  cuerpo de la mamá del niño fue  recolectado por los peritos parte por parte, y enterrado.
Hector, con una mirada demencial sonreía y le decía  a la policía:
-Lo maté, lo maté.
Fue esposado, y arrojado hacia el auto, hasta ser llevado a una cárcel de niños.
Pasaron los días. Matt, hermano,llegó de la casa de sus amigos. Nada raro había ocurrido, definitivamente su Hector imaginó cosas. Sin familia quedó y un vecino, llamado Juan, quien vive al otro lado de la carretera, decidió adoptarlo, y el primer día lo recibió con jugosos bifes.



sábado, 18 de junio de 2016

La gambeta de potrero según la zurda del Coquito




La gambeta de potrero del Coquito se ha adueñado del alma del fútbol. Según me lo cuenta su zurdita, mientras yo sentado sobre la tribuna me encuentro. Cada vez que lo observo jugar, detrás de la canchita o el estadio, se propone contarme historias. Y es que verá,gambetear no solo es pisar la pelota y humillar al rival hasta dejarlo rojo de vergüenza  con ese perspicaz pié .
Y  usted, lector y simple mortal,  dirá en este momento, y se interrogará, que todas  nacieron mediante  una excepcional pisada, de una hipnotizadora bicicleta, que  incorregible y contumaz, dejó piernas enredadas  como los cordones de las zapatillas de un nene de cinco años,  o  pintó caras de adversarios de color rojo avergonzado,  como los  tomates de la quinta de la abuela. Pero debo decirle que eso es una gambeta, no una "gambeta de potrero", tal como me lo cuenta el Coco mientras pareciera dibujar con la gastada pelota por los confines del polvorientos  lugar.
La gambeta de potrero es el acto más altruista y noble que un ser humano puede generar, aunque no cualquiera es el privilegiado de producirla. Pues, se aprende obviamente en los potreros, unos sectores olvidados por algún confín del mundo, pero que siempre se mantienen con vida gracias a los corazones que laten en el interior de cada niño que juró matrimonio al fútbol.
Allí, en ciertas ocasiones, los arcos son los ladrillos del vecino, apilados junto a los buzos de los niños y jóvenes que en pleno barrio se congregan. Estos arquitos, como les dicen cada vez que alguien suplica que los armen para que comience  rápidamente el juego, son testigos de   gambetas  que tienen años  de experiencia bajo  la lluvia,  que han crecido bajo los truenos. Son piernas que esquivaron pajonales y se impregnaron   con la cantidad de polvo que voló mientras los tobillos comenzaron a correr detrás de la redonda.
Ahí Lamela aprendió a pisarla, a amasarla, a acariciarla y abrazarla con sus grandes movimientos.

La gambeta de potrero es el ADN del Coquito, quien parece bailar tango sobre la cancha.  El muchacho acelera el corazón de los hinchas y los empuja hacia un poso de algarabía. Atrapa sus almas con un exquisito  control y pareciera abrazarlas para nunca  más soltarlas, y mientras ejecuta una agraciada pero incorregible bicicleta que se convierte en un humillador cañoca, la nube grisácea del cielo comienza a abrirse, para que los rayos salgan e iluminen los oscuros y lúgubres  intersticios que entristecen el juego, aunque esos rayos no son del sol, pertenecen a las mágicas gambetas del pibe.
Eso hace este enorme fenómeno potreresco. Cuando la gambeta del Coco se proyecta en el partido, no hay quien la frene, se arraiga a la picardía del caer y seguir luchando por la pelota pese a estar tirado en el suelo. ¡Hay que pelearla hasta que la vida se nos termine!- me dice la zurda del muchacho mientras la recupera, controla el balón ,y marea a los rivales.
En esa gambeta, en esa danza con la zurda, juegan todos. Allí la pisa nuestra cultura,cada bicicleta es  un sentimiento y  latido del corazón  de la gente, de la tierra, enganchan los sueños, y  define el alma de cada niño que aprendió, jugó y soñó en el potrero, pero que no pudo alcanzar el profesionalismo. La zurda del Coquito me cuenta que cada uno de estos sí lo alcanzó, nadie falló, quien jugó en el potrero, quien juega y jugará, estará depositando su alma y amor incondicional por la pelota, en cada pie potreresco que zascandileé por cualquier cancha. Donde haya gambetas de potrero, allí estarán los que  idolatraron el fútbol por las viejas canchas.

lunes, 23 de mayo de 2016

 Alejarse de los temores tal vez es la decisión más correcta que una persona puede tomar, pero para convertise en cobardes. Cuando se sobrevuela como aguilas por encima de nuestros miedos, estamos dejando olvidado los sueños a los que dios nos ha mandado a conseguir. Sueños que se encuentran rodeados de demonios debajo de la tierra, que la perforan    con sus enormes manos,   y que esperan agarrarnos de los tobillos para deportarnos a un desconocido, pero aterrador lugar. Desean devorar al primero que intente adquirirlos.
Resulta ser al mismo tiempo, la más mefistofélica de todas las decisiones. Pese a  intentar escapar de aquel paralizador y oscuro  trecho, se hace imposible conseguirlo. Pues, mientras corremos y miramos alocadamente a nuestras espaldas,  el alma se oprime y encierra en un sarcófago con el cadáver de un  demonio   que sonríe y nos despelleja con los dientes, al mismo tiempo que cuenta en nuestras orejas, las cosas más diabólicas que alguien pudiera escuchar. Pateamos la olorosa y putrefacta madera, pero es imposible, es tarde escapar de allí cuando nos amarró para siempre.


El odio más profundo en el corazón de Jack emergió por el nacimiento de su   hermano. Cuando el hijo menor de la familia Robertson nació, se enteró que debía  mudarse a la vetusta pieza del tercer piso de arriba. El último   de la casa. Nadie lo conocía, aunque tal vez sí, pero valla a saber quién vivió en aquel lugar.  Desde el año 1883 que  no se sube a ese lugar. Épocas en donde  los ancestros de la familia  se embriagaban hasta la coronilla con oxidadas copas de alpaca que poseían largos tragos de un vino color sangre.
-Hora de subir, mañana acomodaremos   el tercer piso. Papá, prendió las velas  y se la dio a Jack para que pueda marchar a la habitación mientras Mamá daba de comer papilla con una cuchara a Ben, el bebé de la casa.
-Pero,¿Cómo voy a dormir en aquel lugar?, ni siquiera lo revisamos durante el día. Podría haber alimañas o algo por el estilo-respondió al aire  preocupadamente el niño mientras la anaranjada luz de la vela resplandecía en su rostro.
-Es una noche, no sucederá nada- dijo su madre.
Llegó el padre, por el pasillo de la entrada, destrozando los paredones de oscuridad con la amarillenta luz de la blanca vela de cera,y dejó las frezadas sobre la silla del comedor.
La madre quería mudar a Jack a como dé lugar. La pieza que desde los cinco años acompañó todas las noches y mañanas al niño, fue  destruida para la remodelación.
Los albañiles ya estaban trabajando asiduamente con sus martillos y cortafierros que destrozaban las paredes, como las bolas de demolición a los viejos edificios  que a pedazos caen en la ciudad de Buenos Aires .Sin embargo, una vez construida, quedaría para uso exclusivo del bebé.
Vivían en  una  enorme y ancestral casa de techo empinado, la cual fue adquirida por Isabel y Duque, padres de Jack  y quienes formaron  una pareja que abrió las puertas hacia un nuevo mundo al susodicho niño, el nacimiento.
La casa fue heredada por unos viejos papeles que llegaron mediante correspondencia en el buzón de madera de la entrada. Valla a saber quién fue el heraldo que los envió, porque cuando la puerta de la casa que alquilaban reprodujo dos suaves ruidos, y Duque salió corriendo a atender como perro descerebrado, nadie había afuera.
La carta, escrita con un extraño y delgado trazo de tinta negra, decía que en la calle Luro estaba la casa del abuelo de  Isabel. Y que los tramites de la sucesión se habían ejecutado correctamente.  Nadie había encabezado ningún papeleo,pues no sabían que en un abandonado rincón de la ciudad de Buenos Aires, un abuelo dejaría una casa como herencia. El abuelo Rodrigo, quien se mudó para vivir solo, había fallecido hacía ya 8 años
Al pie de la hoja, contempló la pareja, una serie de números que parecían ser el contacto telefónico  de alguien.  Una desconocida casa les había caído desde el cielo en el momento justo.

La pareja se mudó con todos sus cachivaches, y al pasar los años Jack creció, y se transformó en el niño único de la casa.  Pasó gran parte de su vida con sus padres, y en la habitación de abajo, ubicada  a un costado de la cocina.

El niño no quiso  subir, pero ni modo, era dormir en el frío piso de la cocina, o subir al tercer confín de la casa.

Comenzó a ascender por  la infinita  escalera de brillosa madera marrón.    giboso e invadido de bronca tras ser expulsado de la habitación por sus propios padres.  Cargaba  cobijas y almohada en su hombro. Ya se había hecho grande,y era tiempo de mudarse a la cima de la casa.
Jack dio el primer paso, y ascendió lentamente. Pisó siete peldaños, pero el último llamó demasiado la atención. Algo se pegó debajo de la suela de las zapatillas, como si hubiere pisado defecación de perro o gato. Se reprodujo un chasquido al intentar levantar el pie, y bajo la escalera, un extraño rechinar, como cuando una persona frota sus dientes. Aunque el ruido se generaba cada vez que el pequeño avanzaba.

Se detuvo, y   el sonido cesó. A partir de un cierto punto, a medida que se elevaba hacia el último piso, la escalera emitía el fragor. Es que esas maderas extrañaban que alguien caminara por encima de ellas.

Jack continuó su  marcha, pese a no poder contemplar siquiera por donde transcurría.Pensaba que transitaba en un oscuro y triste pozo, pero al tocar con la palma de su mano las barandas en diagonales de la escalinata, sabía que iba en el camino correcto, se dirigía a la nueva pieza.

Siguió caminando, con la vela en mano.Emitía un fuego anaranjado que  iluminaba gran sector de la casa, como también permitía observar la inmensa cantidad de polvillo que  sobrevolaba como paloma en el lúgubre ambiente.

El pasillo era corto, y sus paredes forradas en  lino. Colgaban viejos cuadros con dibujos, aunque sobre la puerta de la habitación, justo sobre el fondo, el recuadro de una familia yacía pendiente de   una piola amarillente, más percudida que la cara de  un vagabundo que duerme bajo la lluvia y sobre el barro. Era una foto familiar.

Había un hombre, con dos niños, y su mujer. La foto




La primera noche, sufrió demasiado.  . Es que era diferente a la de antes. Ésta, olvidada en la cúspide de la casa, no tenía iluminación, era enorme, y la luz amarilla de la luna destrozaba la monotonía de la oscuridad dando sobre la cabecera de la cama. Había dentro una mesa en la que yacía una pequeña lámpara sin foco,  y un pequeño y vetusto ropero sobre la pared.
Pero había un factor que era clave para medrar el susto de Jack. Su abuelo murió allí. Fue encontrado duro, pálido, con la piel machucada, parecía que lo  hubieran matado a  golpes. En su cabeza,  tenía enormes moretones. La autopsia determinó paro cardíaco. Al viejo lo encontraron sobre la cama, con los ojos abiertos mirando hacia el techo. Tenía una lágrima que descansaba en su arrugada mejilla, mientras que uno de sus brazos estaba pegado a la pared como un imán.

 A la  vez,  percibió que su vida había quedado sin nada, ya no era lo mismo vivir sin la pieza de la infancia. Se había despedido de los posters  de dinosaurios que pegó con su papá en la pared,  y alejado de él para siempre, ya que la pieza de ellos era lindante a  la que ahora pertenecía a su pequeño hermano, y éste, había robado todas las atenciones de la casa y familiares que venían.

 Además, sus juguetes, ya no eran los de antes. Cuando llegó del primer día de clases a su habitación, no estaban más. Su madre los había empeñado.
 Mientras en la noche triste, Jack,   se ubicaba en la cama acurrucado con los brazos sobre los hombros, envuelto de inconmensurable miedo,y con la piel fría como tempano, sintió un sonido. Alguien, en la parte de afuera,  sobre las ventanas,  merodeaba y arañaba la madera del árbol. Unas  sombras que se movían y parecían acercarse a su habitación, reflejaban sobre la pared, cobraba vida mediante la luz de la luna, y justo sobre su cabeza.   Pero, de un parpadeo, tan pronto la vio, la sombra se esfumó por completo.

Alrededor, todo era oscuro,  y apenas se podían contemplar el horripilante  payaso de catadura diabólica, con enormes y gruesos labios rojos que se ubicaba sobre la pared, sentado sobre una silla, mirándolo fijo  y denotando mover sus púpilas. Esos ojos,  pese a no girar siquiera la bolilla,seguían los movimientos de Jack,  los  que le hacían dar vueltas y vueltas bajo las sábanas de la  cama para poder arrancar un pedazo de sueño y así caer a su mundo feliz.
La pieza estaba llena de muñecos aterradores.  Su mamá,le había regalado y colocado en la repisa del rincón,  un juguete, prototipo humano. Es más, hasta podría haber jurado que sus mejillas denotaban pequeños posos de felicidad, como también asiduos parpadeos.  Pero al fin y al cabo, al mirarlo, solo era un simple pedazo de plástico, duro e inmóvil.
No obstante  a ello el niño se paró y dirigió a la ubicación de estos. Decidió ocultarlos en una de sus cajas vacías  de cartón que yacían bajo la oscuridad de la cama debido a que la mirada le  transmitía pánico.Los tomó de las cabezas y arrojó allí dentro para ubicarlos a un rincón y montar una de las sillas por encima.


Cuando Jack cerró los ojos para descansar, pudo contemplar, recostado hacia un lado,  algo justo en la oscura pared de su derecha.De todas las figuras que pudiesen contemplarse en la vida de un ser humano, ésta sin lugar a dudas era la más intrigante.  Se podría imaginar cualquier cosa, pero era extremadamente rara. Parecía moverse, y hasta acercarse al niño, pero al fin y al cabo no hacía nada, estaba allí, fija. Una imagen,  un manchón, grisáceo, con la forma de un rostro, un enorme rostro humano. Parecía ser de humedad, pero se movía, ¿o no se movía?. Era difícil saberlo. La oscuridad no  lo dejaba observar de la mejor manera. Desde lejos, parecía tener   ojos, una enorme boca abierta, y el resto era deforme, aunque Jack abría enormemente los  parpados pero no se aseguraba bien.






No sabía   si levantarse para prender la luz y comprobar de que estaba loco, o quedarse observando desde lo lejos, recostado sobre el borde de la cama, aquella extraña e indescifrable mancha en la pared.
Optó por  darse vuelta y quedar bajo las sábanas. La noche era fría, y sumado al leve temor que vagaba por su alma, la cama le amarraba el cuerpo como las anclas a los barcos.
Pero algo chistó de pronto cuando el niño estaba por dormirse. Inmediatamente éste, aterrado, endureció el cuello  y mismo cuerpo. No sabía bien de donde venían aquellos sonidos, si desde el rincón, si de bajo de la cama, o de los muñecos de rostro diabólico que su madre le había regalado.

-Hola, susurró de sopetón una aguda voz de indescifrable procedencia.
Jack no se dio vuelta, y quedó duro como estatua. Pero sus ojos comenzaron a girar  con vehemencia, a mirar alocadamente hacia todos los sectores del habitáculo. Temía que algo  malo con una aterradora fisionomía se encontrara  mirándolo.

-Hola, reiteró la voz. Hola, asintió nuevamente.

El niño no se movió, esperó cinco minutos y aquel extraño sonido desapareció.

Se sentían ruidos dentro del ropero.

Jack lentamente sacó mitad de la cara entre las cuevas de las cobijas, y amilanado miró hacia afuera,aunque nada había allí, solo la mancha en la pared.


Esa noche, el niño había quedado solo junto con su hermano, en presencia de un joven niñero llamado Stephen, quien teoricamente había sido contratado para cuidarlo todas las noches en los martes.

Jack bajó las escaleras y le reportó a Stephen que algo andaba mal en esa pieza, que alguien le hablaba en su interior. Pero Stephen, que  por la calle de la avaricia caminaba,  perdido en un desquicio supremo,con los ojos exaltados y subsumidos por pequeñas y delgadas venillas rojas de sangre, tocaba invadido en algarabía los sucios y olorosos billetes que conformaban un gordo fajo ya que  los padres del niño le habían pagado para cuidarlo aquella noche.

El pelafustán respondió con un sopetón en la quijada del pequeño, y lo encerró  en la habitación de un empujón hasta tirarlo sobre la cama, haciéndolo  llorar, y le dijo:
-Me vale la plata de tus sucios padres, no lo que digas. Así que no me molestes y deja de decir idioteces , pequeña patata podrida.

El niño  tironeaba del picaporte y pateaba la puerta para poder salir. Y la voz asintió nuevamente:
-Hola pequeño.
Miró a sus espaldas y no había nada.

Pasos   comenzaron a sentirse en el pasillo del tercer piso mientras Jack intentaba abrir la puerta. Era Stephen, quien retornaba para darle una tunda al niño. Se metió dentro de la pieza y comenzó a golpearlo con bofetadas arriba de la cama.
-¿Porqué gritas?-dijo exacerbado el niñero.
-Hay alguien en la habitación.
-Aquí no hay nadie idiota- respondió Stephen menospreciando la pregunta.
Pero el bastardo luego se detuvo, sintió que algo tironeó de su camisa mientras el niño cubría sus ojos. Solo un  desgarrador grito se produjo.Cuando  Jack miró,   estaba tirado sobre el suelo, duro, frío, y con los ojos vidriosos. Como si  se tratase de un paro cardíaco, tal como le había sucedido al abuelo. La piel del niñero parecía estar abombada, como si el cuerpo hubiese pasado una semana allí. Por su boca chorreaban delgados hilillos de sangre,  y emanaba un olor nauseabundo.

Los ojos de Jack quedaron pegados a las manos  y brazos de Stephen, pues, éstas, estaban apoyadas  a la pared, cerca de la mancha grisácea que descubrió el niño.








domingo, 15 de mayo de 2016

El verdadero ganador del fulbo




Si papá, que bien futbolero era,  hubiera presenciado mi peor acto de la niñez, me hubiera pegado una flor de patada en el culo delante de mis profesoras y compañeros. Sí, ya lo saben, me escapé  como todo un pelafustán por la enorme entrada de la escuelita del barrio La Estación en plena clase. Un lugar en donde los trenes, dos por tres, suelen pasar  frente a las tierrosas y viejitas calles que cruzan en la esquina de mi casa.
Pero no me detengo a contarles mi gran fascinación  por los vetustos trenes que llegan desde Buenos Aires, pues sino,  me autoavergonzaría  con  lo de mi mamá al contarles que siempre me asentía : "Mariano, ¿recordás cuando eras chiquito, armabas un par de arcos caseros con los ladrillos de albañilería que le robabas a tu papá  y estabas jugando a la pelota, mientras veías el tren pasar  y decías; ´mamá, papá, ahí viene el telelelén, el telelelén?´".  Aunque sí,  lamentablemente es necesario hacerlo, pues el partidito que se armó esa tarde, tuvo el gran apogeo justo enfrente, y mientras transcurría haciendo ruído, la pelota comenzaba a impactar sobre el paredón de ladrillos mohosos que el pelado Favere había construído para  limitar la cancha con las casas de barrio.

Eran tipo las cinco de la tarde más o menos cuando la profesora se distrajo y yo escribía sobre la ventana. Pasaron tres de mis compañero que la verdad, poco y nada interesaban por asistir a clases, me chiflaron y dijeron: " Euuuuuu... Marian, se arma picado,¿te prendés? Jugamos por una Coca y 10 pesos".
Acepté la petición, y por primera vez me escapé de la escuela. Me esfumé  del salón como un pequeño malandra, con una sonrisa picara, más bergante  y vaga era aquella sonrisa  que los pies de los borrachines  quienes  en el arrabal, bajo las plantas en pleno rayo de sol anaranjado, posaban esperando a que el partido comience. Estaban más duros y cansados que el sol que empezaba a retirarse en aquella tarde, que   parecía decirle a los árboles y nubes; "haber che, dejenmé un lugarcito que me voy a roncar un rato para luego   ver como juegan estos pibes".

Cuando salí corriendo y llegué a la canchita, tiré el blanco guardapolvo invadido en ansias,  dejé la mochila detrás del arco que daba hacia la calle de asfalto, y me paré en la cancha para jugar, con las zapatillas  sobre los secos pastos y la dura tierra. Apenas sobrevivían tres pastos verdes por allí.
Mientras  arrancaba el partido, veía que el tren pasar. Ahí estaban esperando los chicos, más  desesperados para jugar que los profesionales de River y Boca, Gimnasia y Estudiantes, o Independiente y Racing en un nuevo superclásico.
Yo fuí con la única finalidad de ganarle a aquellos tipejos que todos los días nos decían sobradamente: "¿cuándo jugarán, o arrugaron?"; "no tienen sangre" o "están cagados hasta las patas". Eso me estaba dejando las bolas más grandes que la misma pelota de cuero.
El partido arrancó, y la vieja y deshecha pelota, en la cual apenas sobrevivían dos cascos que parecían despegarse en cualquier momento, comenzó a rodar. Quisimos imitar al fútbol del Borussia Dortmund de  Jurgen Klöpp, moviendo de perspicaz manera la pelota, jugando asiduamente y a un toque  sobre el circulo central  imaginario, y contragolpeando como Marco Reus, Götze o Lewandoski se lo hicieron  en la Champions al Real Madrid.
Sin lugar a dudas la estrategia nos convenció, pues los otros pibes miraban y corrían como ovejas descarriadas detrás de la pelota, mientras lo único que podían alcanzar era la tierra que se disipaba por el aire y los dejaba secos desparramados medrando aún más su cansancio.

Sostuvimos el buen nivel hasta la mitad del partido, en donde anoté un golazo.
Los vagabundos miraban sentados todavía debajo del arco, bancándonos en cada posesión y gritando: "¡Qué equipazo por dios, como juegan al fúlbo!".
La primera parte terminó, y nos hechamos a descansar  exhaustos cuando la noche apenas nacía. Luego saltámos el paredón y cruzamos a lo del pelado a tomar agua de la canilla.
Volvímos y nuestra  magnificencia continuó con el show de la pelota sobre la vetusta canchita del barrio, una magia que nació con el motivo de ganarle al otro.
Estiramos el marcador,con   un nuevo  gol,de chilena esta vez(mío),  otro  de cabeza de Alan, y de Juan. Quedamos 4-0 y los pobres no sabían que hacer, ya estaban agotados,  y perdidos en la calle de la derrota.
"Qué fulbo por dios, estos tienen más fulbo que la delantera  Argentina del 86"- gritaban los viejitos halagándonos aquel sistema  juego.
-"Vamos que la Coca Cola y los diez pesos son nuestros muchachos"- gritó sonriente Juan mientras me daba la pelota.
Pero nunca imaginamos lo que nos ocurriría  a cinco minutos de que termine el final.
Los padres de nuestros chicos cayeron para destruír nuestro buen fútbol y  frenar la desgastada pelota sobre aquel potrero.
-Así que ustedes faltan a la escuela, ahora van a ver en las casas- gritaron  entre el tumultuoso grupo de padres mientras se llevaban a la rastras a los intengrantes de mi equipo.
Se llevaron a todos y quedamos tan solo yo y Alan. El partido se suspendió y nos ganó el otro equipo por abandono. Se reían de nosotros, faltó que nos cagaran a trompadas por sobornarles el pago postergado de la derrota y  nuestra magnificencia futbolera se iba al carajo.
Quedé llorando detrás del arco y uno de los viejitos vagabundos se sentó para hablarme, tocó mi hombro con sus olorosas manos y dijome con la botella de vino en mano:
-Euuu pibe, no te desanimes, jugaron con majestuosidad al fúlbo, no tuvieron suerte, eso fue todo.
-Pero perdimos, perdimos la Coca Cola, y los diez pesos, perdimos todo y ellos nos ganaron.
-Hijo, pero  en el fúlbo,a un título lo conquista cualquiera, la cuestión es conquistar el alma y corazón con una simple pelota. Ustedes no tiene el trofeo, y tal vez ellos sí, pero con humildad y sacrificio,   han representado bien al barrio, y han conseguido el verdadero título del fúlbo, nuestro respeto y amor incondicional por ustedes. Eso es el mejor trofeo que un jugador puede conseguir.
Esas palabras me rescataron del poso de la derrota, aunque nunca pudo evitar la terrible patada en el culo que mi viejo me pegó al llegar a casa, pues no pude bajar por dos semanas.


jueves, 12 de mayo de 2016

Fue el sótano

  La familia de Elbert y Alfred había llegado de las vacaciones el 4 de abril, justo en el día donde adquirirían el nuevo hogar. El hijo mayor de Raquel,  Steve, había sido quien la consiguió, aunque debió pagar muchísimo dinero para que los papeles se guarden en la maleta.
Aún nadie había ingresado a la casa,  y por   mísmas razones, aún no conocían el interior, solo por fotos. Aunque   Steve sabía como era, sí, fue él quien entró al hogar por primera vez junto al propietario.
Según había hablado por teléfono mientras sus padres daban tremendos baños de sol en las playas de Miami, la casa era excepcional, y por ello les reportó que firmaría. Éstos dieron una respuesta positiva, por desgracia. Sí, así es. La desgracia, algo que representaba a aquel lugar, o mejor dicho donde se producía habitualmente.
Pese a  la hermosura  y gran espacio que aquella mansión poseía, Steve había olvidado algo. Los extraños sonidos que provenían del fondo del pasillo. Incluso fue cuando él estuvo en la casa por primera vez, corroborando si todo estaba y funcionaba perfecto, que se escucharon ruidos, que parecían producirse desde aquel sombrío y desolado sector.
Pero nadie prestó mínima atención a aquel tan diminuto sonido, que apenas, podía desgarrar los inmensos trances de silencio que subsumían cada rincón, cada confín, de la enorme, y como les conté anterior mente, deshabitada mansión.

La última vez que sus puertas se habían golpeado contra el vetusto marco de madera, fue en 1970. Tomada por las enguantadas manos de los policías,  y cerradas con una brutalidad inconmensurable que se encontraba rodeada por el  terror y pánico de los demás vecinos.

 Los tres cuerpos de la familia de la esquina habían sido hallados  sin vida en el pasillo de la casa de Elbert. Elbert era el hermano menor, el chiquillo preferido y mimado de la familia, pero poseía otras cosas aterradoras que acontinuación les contaré.
 ¿Pero qué fue lo que pasó allí?   Todos poseían enormes rasguños en la parte de la espalda, aunque sería mejor decir, que los tres fueron descuartizados.
Las vertebras de estas personas habían sido extirpadas con gran astucia, la carne desmembrada con inconmensurable brutalidad, y habían sido deshuesados como un pollo.
Cuando la policía llegó a aquel oscuro lugar, pudo contemplar bolsa de pieles y órganos   flotando  sobre un espeso, oscuro y profundo  charco de sangre que burbujeaba como si alguien nadara en su interior. Y  cuando uno de ellos ingresó al lugar, el finado viejo Roodney (desde que lo conocí)pudo jurar por su santa madre que alguien estaba nadando allí en el charco,  lo alcanzó a sentir.  Aún ese sector desconocía las tristes iluminaciones de las viejas linternas  cuando se sentían los chapoteos que avisaban y guiaban  a los huéspedes  con armas en sus manos.
Al llegar con cautela al final del pasillo, encontraron a un muchacho, joven, casi demacrado, con grandes ojeras, y manos ensangrentadas. Estaba sentado sobre las salpicadas paredes que chorreaban enormes gotones  y parecían que desangraban, como los cadáveres de aquellas victimas.
Encontraron al muchacho perdido,  con la mirada fijando hacia la pared que se ubicada frontal a su ubicación. Sus ojos estaban maniatados a aquel oscuro sector, duros y vidriosos, diciendo: "fue el sótano".
La policía lo golpeó brutalmente hasta el cansancio, lo esposaron y se lo llevaron. Al día siguiente los diarios que volaban y se encontraban tirados sobre las viejas aceras del vecindario publicaban la ejecución  a silla eléctrica del individuo, para felicidad de todos.




Pasaron dos meses desde  aquel entonces cuando pude retornar a la casa.  La familia de Steve, ya vivía en aquel lugar. Sin   dudas  que me producía escalofríos ir a   donde    hace días atrás había ocurrido una inédita tragedia, y también, me enrredaban de los tobillos los lazos interrogatorios, porque mi mente automaticamente, al pisar el patio de la casa, me pedía a gritos soscavar en ¿cómo rayos hicieron para entrar a la casa?; ¿de dónde sacaron las llaves?; y por último, la pregunta más compleja de todas: ¿porqué aquel sujeto los despedazó con tanta furia?


 -¿Tu sabes quién fue?-Le pregunté  a Elbert mientras mis ojos comenzaban a ser absorbidos por pequeñas venas rojas que   denotaban preocupación y desespero.
-Yo no fui, fue el sótano-  contestó  con una fina voz mientras   abría la puerta de su casa y observaba cautelosamente  de izquierda a derecha   los corredores del largo pasillo subsumido por una fría oscuridad, e intentaba esquivaba la pregunta.
-Te espera Alfred-     decía mientras golpeaba a su gato invadido en felicidad  y éste escupía sangre por doquier.
-¿Hey, que estás haciendo con el pobre animal?
No contestaba, y seguía desangrándolo. Aquel niño estaba enfermo, y había sido internado en el psiquiátrico dos veces.
Aquel bastardo tenía extrañas marcas  superficiales detrás de aquella camisa desprendida, se alcanzaban a ver cortaduras,  como las que los gatos recién nacidos realizan al subirse en la piel de un ser humano, aunque estas lastimaduras desprendían  levemente  su piel.A la vez, pude detectar en su mirada, que intentaba escapar de algo.
Abrió la puerta y pasé mientras mis ojos seguían amarrados al  pequeño y delgado cuello de aquel pebete, parecían que en cualquier momento rodarían por los confines de la enorme casa de pisos de parqué. Estaba lastimado y hasta se contemplaban rayones rojizos de sangre por su blanca y tersa piel. Recorrían toda su garganta, y terminaban en el mentón. Tres profundos arañazos que lentamente chorreaban  hilos de sangre y se dirigían al interior de su camisa blanca, la cual su madre le había ordenado poner en la presente ocasión.
-¡Oh, por diós, qué te sucedió en ese cuello, Elbert!- gritó desesperada   Raquel, su madre.
El gato salió corriendo asustando, obviamente intentando escapar de aquel niño hijo del diablo(muchas veces dudé porqué aquel ser era tan diferente a su familia).

-Nada, mamá. Solo me enganché el cuello con el picaporte de la pieza- mentía.
Pero cómo, ¿Cómo que el picaporte? Cuestioné en mi interior; ¿porqué entonces solo a mí era  a quien  respondía diciendo: "fue el sótano". Verdaderamente era una mentira, su vida en sí era una gran mentira.
El gato comenzó a gritar en el fondo del pasillo( tal vez de dolor tras los vehementes golpes del muchachito). Pero nadie prestó atención, solo mis oídos estaban despiertos en aquel entonces.
-Mi niño, ahora iré por vendas- dijo preocupada su madre.
Ocultaba algo en su interior, pero no quería decirlo,seguro porque no contar la verdad era su devoción.
-Aquí tienes las vendas Elbert, vente - gritó fuerte la madre.
-Ya voy, espera-aseveró el mocoso  mientras la sangre comenzaba a escurrir  asiduamente en forma de enormes gotones por su pecho.
 -¿Qué es lo que le sucedió?- le cuestioné a Alfred, su hermano, mientras sentado se encontraba  sobre los cojines del viejo sillón.
- Ya te dije, fue el sótano-interrumpió Elbert en ese momento, y se retiró con una sonrisa macabra hacia la cocina.
Antes de cerrar la puerta puedo jurar que quedó mirándome por detrás de la rendija del marco con excecrables y enormes pupílas.

-¿A qué se refiere con que fue el sótano?- recobré la conversación con Alfred.
-No lo sé, hace semanas viene hablando del sótano del fondo de la casa. Y se la pasa casi todo el tiempo allí cerca de él, sentado y con sus juguetes, me pregunto que le pasará por la cabeza.

Elbert, hermano menor de mi amigo Alfred, era un chiquillo molesto,  muy dañino, y disfrutaba hacer maldades hacia los demás. Era un año menor que yo, pero por cosas del destino, cursaba en el mismo grado.  Allí se la pasaba golpeándome todo el tiempo, poseía un gran anhelo de sentir el impacto de sus puños en mi mentón.
Se podría decir también que era asqueroso, pues cada que una cucaracha se trepaba con sus olorosas y flacas patas por las húmedas paredes de su casa, éste malévolo chiquillo las deglutía como un preso  deglute un pedazo de pan en un calabozo.
Pero Elbert era Elbert por malditas cuestiones del destino. Es que verán, si buscan en los viejos diccionarios subsumidos en grisáceas y porqué no, negras telas de arañas,  que en sus casas yacen húmedos y viejos por algún oscuro rincón o   debajo de la cama, encontrarán su nombre arraigado a los sinónimos de "mentiroso", "pelafustán" y "despreciable". Eso justamente era Elbert. Parecía que en algún remoto pueblo o aldea, las personas que poseían su nombre representaban la mera crueldad.

La excecrabilidad  de Elbert cobraba vida en cada uno de los momentos en que su infantil catadura se confrontaba a pequeños de alma inocentes, pues se la pasaba golpeando los testículos y estómagos de estos pobres individuos con vehementes puños. A mí, la mayoría de las veces,  acostumbraba a recibir   con un enorme escupitajo en el rostro, y a decirme luego que se había comprado el mejor videojuegos, con la única trinquiñuela de darme celos. Pasaba cerca mío y pateaba con los enormes tacos de sus zapatillas mis flacas canillas.
Le rezaba todos los santos días a dios que el niño no me atendiera, pues  cuando  lo hacía,me daba su mano y  picaba con puntiagudos alfileres mi palma.

Cuando terminamos de cenar, tipo 00:00 horas, el niño atravezó  el desdichado  anhelo de mostrarme dónde se ubicaba el sótano,  cosa que me resultaba irrelevante, pues yo solo quería jugar con Alfred  a los videojuegos. Para mí eran excusas con las cuales poder llevarme  a algún lugar de la casa y para poder golpearme.
  Elbert tomó fuerte de uno de mis brazos, y estirando la comisura de sus labios de oreja a oreja  ,mientras  brutalmente  pisaba mi pie, asentía:
-Vamos o le digo a mamá que me pegaste.
Obligado me sentí en aquel entonces de no quedar mal con Raquel, y es que a parte de quererme como  a un hijo, creía en todas las mentiras del pequeño pelafustán. Así  que lo acompañé.
Mientras caminábamos por el enorme y solitario pasillo,  sus  cortos pasos   resonaban  sobre el frío y oscuro lugar,  señalaba con su  dedo el camino para ir a buscar las bolsas de café  a los estantes   del corredor que Raquel nos había encargado. Pero cuando llegamos al objetivo, el niño siguió caminando, como hipnotizado. En ese instante dio la vuelta,  y mientras abría sus ojos con gran tamaño decía.
-Sabes, te contaré algo que nadie sabe.
En ese momento sentía que la mentira más grande de la historia en la humanidad podría llegar a mis oídos.
-Mi nombre no es Elbert-  aseveró con su imborrable sonrisa.
Lo más tonto que había escuchado desde que comencé a tomar conciencia de las cosas.
-Aaaah, ¿no? ¿pues y quién eres?-repondí mientras agachado y con la mirada sobre mis zapatos, ataba los cordones.
Al mirar a la ubicación de Elbert, ya nada había.  Se había esfumado. Solo se contemplaban las limitaciones que la oscuridad creaba  por el pasillo debido a la ausencia de  las bombillas de luz.

Quedé solo en aquel triste y lúgubre lugar, y si me preguntan como haría para volver, les contestaría que debería quedarme a dormir hasta el otro día. No se lograba contemplar si quiera la salida, todo estaba oscuro, y más frío de lo habitual.  La temperatura había cambiado drásticamente con respecto a cuando Elbert estaba conmigo.
Al tocar las paredes podía sentir la sensación de  como si algo acariciara lentamente mi piel, y solo podía ver el celeste  humo que éstas emanaban.
-Vamos, sigamos, ¿acaso, no quieres saber dónde está el sótano? - asintió una voz.
Supuse que sería la del pequeño,  pero ésta no era fina como las patas de un tero,no, al contrario, era ronca, y absolutamente aguda. Pero era indescifrable saber de donde provenía la voz debido  a aquel espesor negro  que ocultaba su fisonomía.
-¿Quién es, eres tú Elbert?
Pero cuando respondí nadie supo contestar.
-Por favor Elbert, debemos volver. Esto no es bueno, vinimos a buscar café- reiteré.

Al dar la vuelta para retirarme pese a no saber para qué lado marchar, pude sentir que algo cogió de mi brazo izquierdo. Lo sentí porque fue muy concreto, cómo   hincó filosamente sobre mis débiles carnes, y acarició con asperosidad el antebrazo.  Cuando aquellas pegajosas manos frotaron sobre mí, el corazón comenzó a ahogarse en un espeso mar de cieno, espeso como el líquido pegajoso que sin mirar pude sentir en mi muñeca mientras esos dedos apretaban mientras  extrañas  garras sujetaban con vehemencia.

Cuando me dí la vuelta para contemplar de quién se trataba, solo pude soscavar en un individuo pequeño, maloliente y mentiroso. Era el mismisimo Elbert, que parado y soltando una enorme carcajada retumbó el silencioso pasillo.
-¿Tu fuiste quien tomó  de mi mano?- le pregunté enojado por el susto que me había dado.
-No, yo no fui,  fue el sótano- respondió.
- ¿En qué parte del planeta existen sótanos con manos?,Por favor, no mientas más, tus chistes aburren, ¡tú estás loco!- le insulté mientras me cubría como cobarde el rostro con mis manos para que no me golpeé.
En aquel momento creí que arremetería violentamente sobre mí, pero algo lo detenía:
Tenía a Max, su gato, colgando de la cola con uno de sus dedos, el pobre animal estaba despellejado, sin sus ojos, y sin una de sus patas. El niño lo sostenía y se reía.
-¿Eres enfermo o quién carajo eres?
-Yo no fui, fue el sótano, asintió el despreciable engendro mientras la oscuridad encarcelaba mitad de su rostro, aunque los  ojos estaban liberados.
-Eres una cucaracha despreciable, basura asquerosa, rata inmunda,asesinaste al pobre animal, te asesinaré- le dije invadido en íra.
-Te dije que yo no fui- reiteró sonriente.
Pero tenía un cuchillo, ensangrentado como sus brazos, salpicados en rojo como su rostro. Y la sonrisa lo delataba, el había matado al animal.
Corrí para avisarle a Raquel, sin importar lo que sucediese, si me creería o no. Ese niño era un satán venido desde el infierno.
 Cuando llegué y los encontré en la cocina asentí mientras mis pómulos temblaban de temor:
-Asesinó al gato, lo asesinó, mató a Max.
-¿Qué gato?- preguntó Raquel.
-El gato Max, lo asesinó, lo despellejó- grité mientras caía al pozo de la bronca.
-Pero nosotros no tenemos gatos, nunca tuvimos. Elbert es alérgico a los felidos.
-Pero juro que tenía un gato,  él mismo me dijo. Además colgaba muerto sobre su dedo- asentí señalándole con el dedo.
-A muchos les sucede, siempre terminan hablando de ello conmigo.  Pero siempre terminan siendo ratas.  A los amigos de Elbert también, ¿no es así hijo?- interpeló luego Raquel al niño.
 -Si mamá, fue una rata, la tuve que matar, estaba mordiendo mi dedo gordo del pié- dijo el niño mintiéndo de forma descomunal.
Yo pude jugar que poseía a Max en su mano.

Olvidando todo lo ocurrido, con Alfred optamos por la diversión, y fuimos directo a su habitación a probar una de sus nuevas consolas de videojuegos.
-Alfred, necesito que me cuentes lo del sótano.
-¿El sótano de la casa?
-Sí, es que tu hermano, como dije anteriormente, me está cansando con el sótano, dice que esas lastimaduras del cuello se las hizo allí.
-Mira, no debes creer todo lo que dice mi hermano, tiene problemas psicológicos, la mentira no es algo que él quiere, dios se la adjudicó desde pequeño.
-Pero dime sobre eso- le cuestioné con voz rogadora.
-No hay nada para hablar del sótano. Qué puedo decirte; está al fondo del pasillo, bajo llaves, hace apróximadamente 9 años no se abre. Para ser más precisos, desde que llegamos, no sabemos qué hay allí en el interior, puesto a que nunca nos interesó abrirlo. Mamá decía que esos lugares juntan muchas ratas, y... amigo, ¡las ratas se comen los papeles! , cosa que a mamá no le gustaría. Pero nosotros nunca hemos andado cerca de él, allí está oscuro como bien descubriste, y es imposible visitarlo. Las llaves vagan en algún lugar del mundo.

Quedamos jugando hasta las 3:00 horas, y él se había ido a dormir. Me dijo que podía quedarme jugando sobre el costado de la cama, pero que debía bajar el volumen de la televisión, por lo que hice caso.
Cuarenta minutos pasaron cuando alguien comenzó a correr por los pasillos de la entrada, los pasos se asimilaban a los gateos de un bebé, pero con mayor dinamismo. Era insoportable, y temí que Alfred se despierte por ello,   fui a decirle a quien era el autor de dicho caos; Elbert.
Fui hacia el pasillo y nadie había. Ni Elbert, ni su madre, ni mucho menos mi amigo que estaba al lado mío cuando se produjo aquel ruido. El mocoso de Elbert estaría en su pieza escondido, planeando alguna travesura. Así que marché hacia allí.

Pero me había ganado de mano, tampoco andaba allí, y el ruido se produjo nuevamente. Venía del  fondo del pasillo, detrás de aquella intensa oscuridad.
-¡Elbert, Elbert, dejate de hacer ruido! ¡¿Estás ahí?! - grité mientras caminaba lentamente por la oscuridad.
No veía nada,  y debí  iluminar el lugar con la débil y mistonga luz de mi celular. Pero era poca la observación que podía realizarse en ese sector.
Ya había caminado 15 minutos y el pasillo no terminaba más, empero algo me distrajo. Fue la sombra que sobre la pared se reflejó. La figura de un cuerpo humano que yacía detrás mío. Cuando mis ojos atestiguaron la maldita presencia de aquel inmóvil  dibujo que se reflejaba en la pared, directamente se giraron como la cabeza de un búho a altas horas de la noche. Sin embargo, al fijar la bolilla hacia mi espaldas  y alumbrar como loco hacia el techo,  no había nada, ningún cuerpo, figura u objeto, solo descubrí lo que Elbert nombraba asiduamente: El sótano.


El sótano estaba allí, parecía que alguien lo había dibujado con años de  gran trabajo, con un enorme lápiz negro, ya que   si en  la oscuridad, alguien le pasaría la mano, solo sentiría el liso de un revoque de pared. Pero la pared era mentirosa, mentía como Elbert, o tal vez más. Pero allí estaba la puerta. Era el acceso   hacia algún lugar desconocido,  de rara y antigua   madera, enjaezaba en sus bordes, con pútridos ensamblajes de metales, tan putrefactos y verdes como el picaporte redondo con la que se abría. Pero aquel sótano estaba enredado en enormes cadenas de acero,  tan enorme eran que llegarían a pesar 200 kilos si se las alzara con la mano.

Pero pese a sus viejas particularidades, no era nada más que una simple puerta de sótano.  Solo  más oscuridad se contemplaba por debajo de las rendijas de la puerta,

Los pasos nuevamente comenzaron a sentirse, y parecían medrar más con respecto a la última vez. Miré hacia atrás pero se veía  solo oscuridad, aunque pude apercibir que algo se acercaba, porque el paso ya estaba cerca.
Al acomodar mi cuerpo, para apreciar bien la cercana figura, un terrible puño en mi estómago llegó inesperadamente, dejándome sin aire en el suelo y casi sin vida. Luego, otros golpes comenzaron a arremeter como mi espalda y cabeza. Eran las patadas más vehementes que un humano pudiera recibir. Quedé tendido, con los brazos bien abiertos, con los ojos casi cerrados. Pensaba que en aquel momento mi vida había acabado. Pero cuando mi alma se retiraba de mi cuerpo, un ser la amarraba entre inconmensurable oscuridad. Se había elevado hasta mitad del corredor, empero algo la sujetó.

Fue Elbert, con un cuchillo, que quería terminar con mi vida, iba a degollarme, y mientras lamía el filoso borde decía alocadamente, con ojos exaltados:

-Soy el sótano, te mataré, y al sótano te arrojaré- gritó de forma enfermiza mientras su voz retumbaba por el pasillo.
En su mano portaba una cabeza bañada de sangre que chorreaba asiduamente sobre el piso en hilillos de sangre y  se introducía por debajo de la puerta del sótano. Era la cabeza de Raquel, con enormes ojos secos y vidriosos, había sido despernada del cuerpo  que tirado yacía a un borde del pasillo, con las manos sobre la pared.
Clavó la filosa punta del utensilio sobre uno de mis talones,y comenzó a desgarrar profundamente la piel. Siempre creí que fue un enfermo mental, pero tampoco lo imaginé a nivel demencial.
Grité desaforadamente   amarrado a  sogas  de  un profundo dolor que arañaba mi alma, pero nadie me escuchó.

Y cuando el malévolo individuo me arrastraba sobre la puerta y decía: "aquí lo tienes", unas enormes garras salieron por debajo de la rendija de la puerta.  Esos delgados, largos y arrugados dedos,rompieron la  pesadumbre de oscuridad que se podía observar, pero cuando esas alabastras manos intentaron tomar mi pie,  la puerta se cayó, y Elbert, quien apoyado sobre ésta se encontraba, se fue hacia el fondo, golpeó su cabeza contra uno de los grisáceos peldaños que descendían a su interior.

-A mi no, a él- fueron las palabras que el diabólico   niño asintió   al  extraño ser del sótano, mientras las enormes manos arrugadas, de dedos largos, largos como sus filosas y puntiagudas garras,  y que parecían estar bañados en grandes baldes de  agua podrida, clavaban sanguinariamente  sobre la cabeza y ojos del niño,hasta  sumirlo hacia aquel oscuro lugar.

Ahora entendí que hace rato deseaba su carne.

Y ahora, sentado sobre el umbral de la noche, mientras  escribiendo este artículo con una de mis manos sobre la frente me encuentro, mi alma y la luz de la vieja lámpara son testigos de los golpes que en el interior del sótano se producen. La puerta intenta abrirse, pero las enormes cadenas no dejan abrirla, aunque si lo haría intentaría tomar mi pie y llevarme hasta su oscuro fondo para meterse en mi interior y obligarme a cosas horrorosas. Aún se sienten las enormes garras arañando la puerta.

En tanto cuando el anciano de Alfred sigue con sus conjeturas,  intentando descifrar lo que pasó con su familia,  yo le digo.
-Fue el sótano.

miércoles, 13 de abril de 2016

El misterio del pozo de la esquina

Siempre me pregunté, tras volver embarrado de jugar a la pelota con  mis amigos, o  vestido  con blanco guardapolvo luego de  salir del colegio del barrio y soportar los golpes del brabucón de la clase, qué habría allí debajo.
Imaginaba  sumergirme sin olfato alguno en su interior.  Con una balsa, porqué no, con un barco también, pero no entraría pese a la gran dimensión que aquella especie de cisterna gigante poseía. Lo mejor sería crear un pequeño submarino con las viejas chapas del barrio que el viejo de mi vecino utilizaba para tapar los destrozados y agujereados alambrados que cercaban y dividían los patios del vecindario. En fin, sacar alguna para  así     atravesar  aquella  puerta de  agua espesa  estancada y oscura con un inconmensurable olor a putrefacción .
La mugre se pegaba sobre todas sus ásperas, hendidas y mohosas paredes del interior.  Aquellas edificaciones estaban oscuras, como la noche en un desolado campo, y penetradas como el viejo cajón de madera del cementerio que guarda hace más de quince años un  alabastro cadáver allí dentro.
Papá me decía seriamente  antes de salir, junto a mi hermano, que nunca nos  acerquemos a aquel lugar, y que si anhelábamos   ir a jugar a la pelota, los hicieramos por la calle Francisco Gonzales( por la otra esquina). Él decía que el  extraño y deshecho pozo era el peligro  más grande para cualquier niño que solo y sin sus padres caminara por la vieja callecita de tierra que cruzaba por la esquina de la casa. Y la verdad es que a simple vistas tenía razón. Daba miedo verlo desde el hogar, ya sea cuando  sobre la ventana me ubicaba tomando la leche en la mesa, o jugando con la pelota de básquet  junto a  Alan( mi hermano) en el pequeño porche. Primeramente porque tenía un inmenso orificio cuadrado  en la superficie,  enjaezado en sus bordes, con un oxidado y opaco marco de fierro, material mismo con el cual habían creado   la pequeña escalera de  delgados peldaños  que permitía elevar hacia la superficie a las personas.
El agujero parecía una enorme boca que se tragaría todo lo que pasara por allí arriba. Pero aquellas paredes mohosas y húmedas del cisterna poseían algo totalmente intrigador , y había  muchas cosas sin sentido  que generaban especulaciones;  Siempre me pregunté, embebido de yogurt y jugo sobre el sillón del living, ¿se tratará  de cosa casual o   del destino?, porque   las resquebrajaduras que tenía, eran totalmente extrañas. Las grietas  eran asquerosas y debajo de la seca   cal, se lograban observar los ladrillos que vida le habían dado a aquella extraña tumba de agua.  Si    con cautela se observaban   los grietones,  mi mente me enviaba de una patada hacia el paraíso imaginario que yacía en mi corazón, y permitía imaginarme, con cara de asombro, que aquel enorme y redondo pozo,  tuviera enormes ojos sumidos en la oscuridad del cieno que en su fondo se depositaba junto con las viejas envolturas de dulces y golosinas que flotaban sin vida.
Papá nos había contado una vuelta sentado en su sillón,  que habían ocurrido sucesos raros con aquel enorme pozo de la esquina.
Su creación no había sido en vano, no. Albañiles en tiempos de antaño habían puesto manos a la obra para construirlo junto  con el   enorme tanque de agua que   a su lado se encuentra  actualmente. Un inmenso y altísimo tubo hueco de piedra que guarda una gran amistad con las palomas monteras residentes en su cúspide, creado con enormes  ladrillones amarillos, que pasaron a tomar el verde color de los hongos de húmedad, y que por dicha causa el desdichado poso nació. Nació para depositar en su sombrío interior, el agua inservible del tanque, y desde que todo dejó de funcionar   se estancó allí, hasta pudrirse y hacer desaparecer centenares de personas, principalmente entre ellas, niños.
Cuenta el viejito Braconi, que cuando él era joven, el hijo de su vecino murió tras caer a aquel orificio. Se arrojó de la nada, y en un momento insólito. Es que verán, fue justo a las 12 del mediodía. cuando  Martin(como se llamaba el  pequeño) comenzó a vomitar en la mesa en el momento que  toda la familia se reunía para almorzar. Su piel  empalideció hasta tomar un color amarillento, y su cuerpo quedó fijo y duro como el cemento cuando seca bajo el sol. La última palabra que le escucharon decir fue "voy al baño y vuelvo".
La familia pensó que se trataba de una descompostura estomacal, por lo que con ignorancia tragaron sus bocados, y  continuaron comiendo. Pero los minutos pasaron y el niño no volvió del baño.
-Hace más de dos horas que Augustin no viene- preguntó la madre mientras manyaba  su albondiga de carne.
-Estará durmiendo, sabes que es un pillete malcriado, y siempre intenta salirse con las suyas(ese día se había enojado porque no le compraron el juguete que anhelaba)- asintió con rostro de enfado   su padre, quien denotaba en su fría   mirada un gran odio hacia las trinquiñuelas del hijo.
Tuvo que ir su madre  a buscarlo de la oreja.Y la verdad es que sus padres parecían resguardar en sus corazones odio para con el niño, parecían sentirse felices cuando este cometía un error, puesto a que esperaban aquel punto flaco para arremeter sobre su trasero, o rostro, una vehemente tunda.

 La vieja llegó, pero la  puerta estaba forjada. Algo allí atrás y no permitía abrirla, como si una gran roca de mármol presionara hacia afuera y la trancara. Era imposible abrirla,  y tenía más chances de derribar con la mano la pared de ladrillos rojos que la mismísima puerta de madera.
Unos chillidos de risa comenzaron a emitirse en el interior del sanitario, risa de niños para ser más exactos. Estos ruidos medraban cada que la mujer intentaba derribar a patadas la puerta.De pronto un sonido se sintió, como si el marco de ella se desprendiera para caer por encima de la mujer. Se abrió la puerta.
Solo el  asiduo goteo del  agua del calefón se sintió al  entrar al habitáculo, puesto a que el niño no estaba, es así, que contempló, sobre el resplandeciente y limpio espejo que colgaba sobre la azulejada pared, un mensaje que   habían escrito con el vapor impregnado: "La carne humana es lo más sabroso que he probado en mi vida".
La mujer desentendida quedó,  y sobre la pequeña ventana del sanitario observó. Fue allí donde encontró, al mirar mucho más al fondo de los arboles del vecino, al fijar su perpleja vista hacia la esquina, a su hijo arrojarse  hacia el poso. De una manera rara cayó, como si su cuerpo fuese obligado, o enredado y empujado hasta el fondo, por manos, muchas manos invisibles.
Cuando el pequeño caía hacia lo  profundo del pozo, fijó su mirada sobre la casa, y pese a la distancia se pudo ver que sus ojos observaban a la madre,  y sobre las vidriosas pupílas del pebete, la mujer logró contemplar el alma, pidiendo a gritos salír de un torbellino de sufrimientos. Aquel torbellino lo empujaba hacia la soledad del agua oscura y olorosa.Sin lugar a dudas no pudo escapar, entre más intentaba hacerlo, aquel pozo, aquella cosa extraña, parecía que se había apoderado de su cuerpo.
Su madre  salió corriendo  bañada en lágrimas, y su familia, al verla tan destrozada, la persiguió por detrás. La mujer corrió hasta la esquina, pero nunca pudo llegar a ver el cuerpo, el pequeño cadáver del niño había desaparecido en tan solo minutos. y nadie pudo rescatarlo, ni siquiera el cuerpo de bombero que había llegado treinta minutos posteriores de lo sucedido.
Pero lo más extraño y paranormal de todo fue que el cuerpo no quedó flotando conforme fueron pasando los minutos, horas y días, y era imposible que no lo hiciera, pues, mi conjetura humana, como la del resto,  elucidaba que  su cuerpo  con los pulmones invadidos de agua,  lo llevarían a permanecer sobre el espeso charco negro. Empero las cosas resultaron de otra manera, y nunca se supo que sucedió con él.

-Y a veces puedo sentir el sonido del agua en su interior, pese a que su agujero haya sido tapado y cerrado por los obreros del municipio con viejas chapas oxidadas- aseveró, con los ojos entrecerrados e intrigadores, Braconi.

-¿El qué?- preguntó mi hermano Alan.
Puedo sentir mientras duermo, como si alguien nadara y se refrescara en la putrefacción. Como sí alguien con sus manos arrancara las raíces de las hierbas que en el interior del cisterna crecen.  El sonido del agua se suele sentir eso de las 21 horas de la noche-Eso decía el viejito  Braconi, sentado con su catadura y piel arrugada como hoja de papel abollada  en el viejo sillón de pana  ubicado en el oscuro rincón de su despintada casa, mientras sentado observaba, por detrás de las cortinas de la ventana,  el pozo de la esquina.
Había algo que me hacía perder en un extraño laberinto, aún más que sus pedorros discursos, pues me entenderán ustedes, que su arrugado y abombado rostro, parecía que en cualquier momento caería y sonaría como un panqueque sobre el suelo. Pues bien, al moverse o agacharse, la bolsa de sus ojos, se estiraba y colgaba una ciruela en la planta. Además, se la pasaba todo el día tocando con sus dedos, envueltos como bondiolas con un raro hilo amarillo,  sus orejas. Pero, luego dejaba el carretel en la mesita de la izquierda y seguía con sus discursos.
Pude descifrar en sus sermones del atardecer, y su mirada dolida, el odio que su alma poseía sobre aquel pozo, es que verán, su hijo también había muerto por culpa de aquel maldito agujero.
-El pozo lo mató. Nadie lo sabe más que yo, él se lo llevó con tan solo cinco añitos- Dijo  escurriendo | una lágrima por las mejillas y temblando su pómulo izquierdo.
-¿Quién es él?- Cuestionó  mi hermano menor Alan, totalmente intrigado por aquello que el anciano contaba por primera vez.
-Él está ahí, y vive debajo del agua, yo pude verlo, pude ver sus   alabastras  manos que encarnaban el tobillo de mi niño como un filete jugoso, contemplé cuando se lo llevó hasta el fondo, él rió diabólicamente. Lamento mucho que   mi hijo haya ido buscar la pelota que en la superficie de su hogar quedó en aquel 1960.
-¿Está hablando de una persona?- Le pregunté mientras desentendidos nos mirábamos con mi hermano.
Estoy hablando de algo mucho peor, algo a lo que ni siquiera me atrevo a calificar como demonio, pero lo que ví aquel día perdurará sobre mis viejas retinas más allá de la muerte. Unas largas manos, arrugadas y delgadas, con filosas y extremas garras. Se lo llevaron, y su cuerpo tampoco flotó, se hundió como las anclas olvidadas en el mar de los bancos- asintió Braconi invadido de bronca.

Y la verdad nunca le creí al viejo boludo ese, en primer lugar porque se la pasaba diciendo mentiras. Un día, dijo ver alienijenas  en el patio trasero de su casa, seres que luego se convirtieron en los  perros de turbulencia, un loco desquiciado que vive detrás de casa. En fin, Braconi era un loco paranoico que disfrutaba de su enfermedad.
Cuando nos retiramos con mi hermano, el señor, para no decirle anciano nuevamente, quedó durmiendo en el sillón. Nos fuimos para casa y volvimos tarde, decidimos demorar en la llegada y pegar la vuelta para no pasar por el pozo del tanque.
Al día siguiente, en la escuela me encontraba,  sentado sobre el pupitre, escribiendo  con nerviosismo en el pequeño cuaderno de hojas rayadas, con los ojos perdidos en otro mundo, el mundo del pozo.
La puerta del aula se abrió con  brutalidad y cayó al suelo. La  secretaria de la institución ingresaba gritando entre lágrimas:
-¡Se cayó al pozo, se cayó al pozo!
-¿Quién Elizabeth? - Cuestionó la profesora Mc Caully.
-Jhon, profesora, la policía y bomberos del pueblo están intentando sacarlo, pero el cuerpo del niño no aparece. Se hundió hacia las profundidades.
-Pero es ilógico, un cuerpo  no  puede desaparecer  como si nada. Además, el pozo no supera los dos metros de profundidad desde que el agua se disminuyó por las sequías. ¿Como saben que cayó?- cuestionó altaneramente la vieja.
Tres vecinos fueron testigos de su arrojo hacia el agujero negro. Lo vieron, salió del kiosquo de la esquina, y con una bolsa llena de alfajores hizo dos cuadras de asfalto hacia el fondo, hasta llegar a la vieja mansión de la estación. Luego giró hacia la izquierda y llegó, hasta la calle de tierra para subirse arriba del mohoso cisterna.

Todos mis compañeros comenzaron a correr como caballos de tiro, con los ojos que parecían salirse de lugar. Las  clases se suspendieron, y debimos irnos a nuestra casa.  La institución decretó una semana de luto por su desaparición.

Ahora bien, ¿cómo alguien puede arrojarse a un pozo, cuando este tiene su orificio totalmente cerrado y sellado con enormes tuercas y tornillos de titáneo?; ¿de dónde, un niño con brazos tan pequeños y delgados puede descalzar y arrancar una enorme chapa oxidada de cincuenta kilos. ¡Una increíble locura! ¡Aún más increíble que las anécdotas de Braconi, el anciano loco de la vuelta!

Bebí la leche y agarré la pelota, debí antes tomar una media de toalla y mojarla en la canilla del lavadero porque recuerdo que en el último juego,  con mis amigos, la habíamos embarrado de inconmensurable manera. Era difícil limpiar el barro impregnado sobre sus arrugados y destruídos cascos de cuero, así que  percudida, la puse en debajo de mi brazo como los grandes jugadores, y con Alan nos fuimos a la canchita de la vuelta.
Jugamos y pateamos, pateamos y seguimos pateando, hasta que la pelota, se dirigió por un largo camino, parecía que un canguro vivía allí dentro, pues comenzó a rodar durante 2 cuadras, como si tuviera vida propia.
Pero comenzamos a asustarnos, la pelota rodaba por los sucios y contaminados cordones de barro,  hasta que llegó al peor lugar que pudiese haber caído, el pozo.
Juan fue a buscarla, nadie se animaba a marchar hasta allí, y más ahora, que el orificio estaba al descubierto.
Dimos la vuelta en búsqueda de una canilla para beber agua mientras el tiempo corría, cuando Juan, buscaba la pelota.
-No te acerques demasiado- le dijo un chico desconocido.
- Pelotudo, ¿creés que soy idiota, no? volveré y te retorceré el pesquezo- asintió Juan.
El muchacho era una mala persona, se divertía haciendo sufrir a sus amigos, riéndose en la cara de ellos de como vestían y cortaban sus cabellos.
Cuando llegamos al lugar, el brabucón ya no estaba más, y la pelota, se ubicaba en el centro de la cancha, totalmente embarrada, sobre un oscuro charco,  un cieno negro, como la misma bola, como si en un mar de ollín descansara toda la noche, y deyapa, emanaba un asqueroso y nauseabundo olor a putrefacción. Juan ya no estaba más.
Lo buscamos por todas partes, pero fue inútil, no hallamos su presencia.
-¿Habrá caído al pozo?- dijo otro de sus amigos.
La respuesta quedó en la nada, como él, y  sus padres llamaron a la policía tras enterarse  de la noticia. Removieron tierra como un taladro, pero en ningún lugar supieron de su paradero. La tierra se lo había tragado, o mejor dicho, perdonen mi insolencia, el pozo de la esquina de caza.
Un día, a las 8 de la mañana, abrigados de gorro y bufanda, nos  fuimos a jugar con mi hermano a la pelota. Pegamos la vuelta para no pasar por el pozo raro, y llegamos a la cancha. Pateamos una serie de penales con Alan, y yo, como un idiota, la mandé a la mierda. Bueno, en sí, la pelota había caído a la calle,y fue por cosa del destino, que  un auto pasó, y de un sopetón  la mandó a un borde del pozo.
Mi hermano me dijo seriamente y con los entrecejos fruncidos:
-Déjala, ya fue , compramos otra.
-No, la voy a buscar-contesté.
-Acordate lo que papá dijo, ¿querés que se enoje? Ese lugar es peligroso, nadie vuelve por esa calle cuando ingresa al sector del pozo.
-No me jodas, voy a reclamarle la pelota al maldito pozo.
-Bueno, voy con vos- me dijo envuelto en valentía.
Fuimos, y nos acercamos a su mohoso borde. El pozo estaba allí, abierto, destapado como antes, habían levantado la gruesa chapa de metal que tapaba su agujero. En el interior se contemplaban las envolturas de golosinas, y grité:
-Hay algo allá abajo.
Nada ni nadie respondió. En la cabeza se me pasó, porqué no, que sería Juan escondido para hacer algunas de sus bromas. Es que era un tremendo idiota. Pero todo estaba calmo.
Nos retiramos con la misión de volver a jugar, aunque en aquel instante, antes de realizar la mitad del trecho, algo en el agua se movió. Del espeso líquido  pareció que algo  se movió  en su interior, que   flotaba con asquerosidad, como  lo hacen las defecaciones por las cañerías. Se sintieron golpes sobre el interior de la pared del cisterna,  y fue por ello  que volvimos. Tal vez, fue aquel sujeto que el viejo Braconi mencionó sentado en el sillón.
Nos acercamos pero nada había, y pese haber sentido ruido de agua allí adentro, esta estaba fija, y no se movía. Algo raro sucedía allí, y no era para nada bueno.
Al observar bien, más allá de la espesura del líquido negro, una imagen desfigurada contemplé. O tal vez estuve loco, o paranoico, como Braconi, ya que por los confines húmedos de aquel lugar, tras retirarme y despejar la vista del mefistofélico hueco, apercibí que algo  rápidamente se había movido. Como les dije anteriormente, no logré descifrar bien la figura, tal vez pudiese haber sido un animal, pero cómo explicar la velocidad con la que se movió, haciendo aparecer solamente  una triste sombra diminuta.
Y nos fuimos a la mierda, agarramos la pelota y rajamos para casa, aunque nuestras miradas estaban fijadas en el pozo, tan así, que hasta cerrar la puerta de casa, desde el interior de ésta, mirábamos con ojos enormes detrás de la rendija que emergía entre el marco y el borde. Y allí estaba el maldito pozo.
Dejamos la pelota, papá y mamá dormían. Eran tipo 15:30 de la tarde ya, el tiempo había pasado rápido.


Un hilo de interrogatorio  nos  enredaba a mí y a Alan, por lo que  debíamos cortarlo con alguna tijera, la de las mentiras de Braconi. Fuimos   hacia la casa del anciano bergante. Sí, era muy mentiroso,pero sus mentiras comenzaron a hacerse verdaderas cuando por la mitad de la cuadra comenzaron a sentirse esos ruidos de agua los cuales él mismo había dicho escucharlos.
Tocamos la puerta de la casa  y nos atendió.Venía con el carretel de hilo amarillo  en su mano, recién salía de bañarse.
-¿Qué quieren muchachos?- aseveró.
-Que cuente todo lo que sabe de esa cosa de la esquina. Acabamos de escuchar los mismos ruidos que usted confesó la última vez.
-Vaya, ahora si me creen, bueno entren- dijo con enorme sonrisa mientras giboso se dirigía para sentarse en el sillón.
Nos sentamos de rodillas sobre el frío suelo, y el comenzó a hablar con su pútrida cara, tan podrida como el agua del pozo. Pero daba vueltas, y empezaba a preguntar como estaba el clima.
-¿Y, nos cuenta o no?
-Sí, bueno, fue aquel 1 de abril en el año 1960 cuando...
Alan irrumpió sus tristes apologías.
-¿Puedo ir al baño?- consultó
-Claro pequeño, del pasillo al fondo, y dobla hacia la izquierda.
Alan se fue  y quedamos solo.
-Quieres galletas y leche- asintió el vejete.
-Por supuesto- confesé.
Se retiró, con la mano derecha tomándose la cintura, su cuerpo parecía agotado  y estresado. Con la otra se tocaba las orejas. Y subió por las escaleras de madera brillosa hacia cocina.
-Alan se asomó mitad de su rostro por el pasillo y chistó levemente:
-Mariano, vení, vení.
Fuí y entré al baño. Había un olor repulsivo, y se me hacía bastante similar. Era hediondo, como si el piso de la casa estuviere compuesto por materia fecal humana.
Sobré el brilloso borde del  inodoro,  una enorme aguja de acero yacía, de aproximadamente cinco centímetros.
Pero... Algo goteaba asiduamente,y era insoportable, provenía detrás de las viejas cortinas de trapos que  cubrían la bañera. Con lentitud y a la par nos acercamos, y corrimos la cortina. Un enorme  balde con fango se ubicaba en el medio de esta. Era ello la causa del asqueroso aroma.
Alan revolvió con su dedo en el balde, y el cuajoso espesor.
Decidimos volver  a la sala, y Braconi aún no venía. El pobre viejo todavía estaba haciendo la merienda.
-Aquí traigo las galletas- decía el viejo mientras volvía por las escaleras. Algo andaba mal, muy mal. Su pantalón goteaba un líquido oscuro, se asemejaba demasiado al balde de la bañera. Pero él no se había dado cuenta aún.
Dejó las galletas y leche en la mesita del rincón y dijo:
-Esperenmé, ahí vuelvo, voy al baño.
Con mi hermano nos miramos, y esperamos a que ingrese al sanitario para marcharnos desesperadamente. Pues papá gritaba y nos llamaba.
Nos fuimos y llegamos a la casa.
-¿Qué hacían?- dijo mi viejo
-Estábamos escuchando unas anécdotas de  Braconi y su hijo fallecido.
-¿Qué hijo? ¿Qué fallecido?
-El hijo que cayó al pozo- respondí.

Pero él nunca tuvo hijo, en sí, nunca tuvo mujer, y en 1960, nunca vivió por aquí. Es más, no sé de donde es aquel anciano, nunca lo ví en mi vida- dijo papá con cara de asombro mientras Braconi caminaba por la calle Luro con los pies a la rastra por la tierra.
Quedamos los tres mirando por la ventana, como se asomaba al pozo.
Cuando salí había desaparecido, y me acerqué al cisterna para ver si de algún resbalón cayó en su interior. Pero no estaba, lo único que ví fue  un extraño ser, alabastro, de bífida lengua,  completamente lampiño y de cuerpo desnutrido, sus ojos eran como los de una serpiente, las pupilas eran finas como una luna en eclipse, y cuando nos alcanzó a ver sonrió. Luego, se introdujo sobre el agua pútrida del pozo de la esquina hasta desaparecer por completamente. Pero también logré escuchar el sonido de Juan, aquel llanto se sepultó junto con el poso que la Municipalidad derrumbo y selló con tierra seca gracias a las poderosas palas de la grúa, aunque el sonido de sus lágrimas se puede sentir todas las noches cuando estoy acostado durmiendo.


domingo, 3 de abril de 2016

Las lágrimas de la sociedad







Luego de haber llegado a la oficina de mi casa, tipo 7:30, y de trabajar como san puta ocho  horas seguidas sentado sobre la incomoda silla del diario de la vuelta a cambio de diez pesos semanales, he decidido tomar  un breve descanso en el cuchitril de mala muerte al cual denomino como hogar.
Al llegar, he apercibido a través de la ventana,sumido en un  soñolento pozo con los codos apoyado sobre el lúgubre escritorio repleto de hojas en blanco,   una paloma gris que bajo la lluvia yace en una vieja y oxidada antena de cable, ,  como también  la carta de un  extraño que ha llegado por el buzón de mi puerta hasta caer sobre el suelo.
Cuando observé por primera vez  aquella sucia y embarrada carta,  me di cuenta que el heraldo que la trajo hasta las puertas de mi oficina, sufrió bastante para llegar a destino. Debió recorrer en bicicleta largos y largos trechos bajo agua y barro, y con tanta vehemencia la sostuvo sobre el manubrio  para que no caiga al suelo, tanto que la estrujó completamente dejándola como los mapas que entierran los piratas  de los dibujos animados y las mismas películas.  No lo culpo a este pobre muchacho o muchacha, vaya a saber quién haya sido, solo lo entiendo, para pagarse un remis o taxi debería arrancar uno de sus órganos y donarlo a cambio de dinero.
Y así llegó a mi habitáculo, sucia, arrugada y más húmeda que una pared de madera.  "Para Mariano Helling", decía  con lápiz negro su embarrado borde.
La cogí con brillante asombro, más claro era aquel asombro que la luz de la pequeña lámpara de la mesa que estrellaba  amarillenta  sobre  mi arrugado rostro.
Al abrir el sobre pude socavar en una arcaica hoja escolar, de esas que yacen pulcras en el interior de los cuadernos  telas de araña que los pequeños utilizan para iniciar su primer año en las escuelas publicas de los arrabales. Aquellas instituciones  en donde son pocos los niños que asisten a clase. Es que verá,  el planeta parece haber sido desintegrado por los grandes agujeros negros que emergen en la galaxia. En fin, con esto quiero decirle que  el mundo y la sociedad se nos ha ido al carajo.
Y voy a contar porqué; es que cuando decido salir del maldito cuchitril  hogareño  y  de la caja presidiaria que han creado los corruptos políticos y me ha exiliado en la oscuridad para no ver nada de lo que ocurre afuera, me encuentro con grandes atrocidades . Es así que no obstante de caminar por la asfáltica calle caliente de brea, he llegado hasta el final y encontrado una tierrosa calle de piedra que me dirige a un viejo barrio,  mismo por el cual transcurro todos los días al volver  caminando de mi trabajo. Allí he atestiguado con catadura perpleja, la presencia de  niños y adolecentes que ya no prefieren escuchar sentados sobre los pupitres de las escuelas los sabios consejos de los profesores, y lo que es peor  aún, han dejado de lado la divertida infancia con los amigos que nace en cada corazón de los  potreros.  Al transcurrir por los barrios ya no veo a ningún pequeño pateando la pelota, o sentado leyendo alguna historieta de Patorusito, La Pantera Rosa, o la fantabulosa Tiki-Tiki de Olé. No veo a ningún niño sobre la ventana tomando el mate cocido y mirando Dibu,  Ed Edd y Edy, o Coraje el Perro Cobarde con su papá o mamá.
Ahora, aquellos inocentes niños que serían el futuro de nuestras generaciones, se encuentran embebidos y emborrachados hasta los pelos con un alcohol de altos grados, con un paquete de cigarro en sus manos, y emanando un asqueroso  hediondo tufo que ni los pájaros se aguantan. Deciden peregrinar rápidamente a otro árbol porque el humo que estos pendejos emanan por sus narices y boca llega hasta las copas de los arboles. Ya no tienen horarios de vagancia. Caminas a altas horas de la noche y te cruzas en la oscuridad a enormes grupetes de pebetes entre 10 y 12 años que van rumbo al boliche haciendo quilombos  por la calle con un  enorme extraño vaso de plástico . Es más, me niego a apodar aquel extraño contenedor transparente con el nombre de vaso, es que no se le asemeja demasiado,  mirándolo bien es una de las aberraciones más grandes que el ser humano haya creado sobre la tierra, con un extraño líquido negro que mientras a ellos les hace parecer grandes, el de afuera los ve como insulsos y retrogrados.
Veo a niñas de 12 años embarazadas de niñitos, otras ya llevan sus cochecitos y sus bebés. ¡Y  pesar que a esa edad yo estaba jugando a la pelota y leyendo historietas,  tomando yogurt y dibujando o mirando dibujitos! ¡Cómo cambió la sociedad, eh! Todavía suelo hacer algunas cosas.
Y continúo caminando por la desnivelada calle, y encuentro sacrilegios peores, veo a un
 pequeño  niño que desnutrido yace sentado a   un costado de la   castigada calle de tierra, que  hizo que  con su triste y desolada mirada me perdiera en un camino oscuro y mefistofélico.  Quedó solo, su hermanito murió de hambre, y sus padres no tienen trabajo, juntan basura allí en la esquina, sí son aquellos  que se ven obligados en ciertas ocasiones en vender cartones y botellas.
Los   ojos del niño piden a gritos un pedazo de pan, y un vaso de leche, nada más que ello, algo con lo cual poder llenar su reseco estomago, porque la  comida que alguna vez vagó en sus sueños, los malditos políticos se la arrancaron hasta convertirla en dinero y beberla.
Está cansado de caminar descalzo sobre los pedazos de vidrios en punta que en la calle se encuentran enterrados, que lastiman sus castigados  talones  como las mentiras del los asesinos de traje.Hastiado se encuentra de ser obligado a acercarse al movil de la esquina tipo 22:00 con un hambre inconmensurable y de acercarse para darle la bolsa a los oficiales. Pues desdichadamente, este niño, lo unico que recibe es una bofetada. ¡Tomatelá pendejo!, le dice con cara de hijo de puta.
 Los ojos vidriosos en lágrimas del niño  hicieron que mi alma quede encerrada en una cárcel de hastío indescriptible, holocausto imaginario que los políticos han creado con sus palabras.  Esos empresarios que se suben a un trono de oro y comienzan a parafrasear de que la pobreza se extinguirá junto con el hambre, solo mienten. Solo asesinan con sus palabras y mentiras. Hablan y se la pasan viajando en aviones privados,  mientras se compran ropa nueva de millones  de pesos, y relojes de oro, y cuelgan joyas radiantes sobre el cuello de sus mujeres,cenando,  y realizando conferencias, el tiempo pasa, y las muertes por hambre, asesinatos de policías a niños perdidos  en la sociedad y frío medran aún más, porque nunca se olviden que el sueldo de los políticos podría alimentar a una población.
Ya nadie piensa en nada, en los niños, en la educación, en ayudar al otro. A veces me quejo, por lo que  como, por lo poco que gano en el diario. Pero me olvido de que hay niños que en realidad la pasan mal, y yo me siento una mierda.
El poder de raciocinio ha subsumido la humildad en el ser humano,   a él solo le interesa  hablar de los demás y despojarlo de su lugar para robar mucho más dinero del que posee. Y no se da cuenta que está cometiendo asesinatos de hambruna a personas que pueden llevar el país adelante. La sociedad  está destruida, ha desaparecido, como la paloma que hace instantes yacía bajo la lluvia en aquella vieja antena y que murió por el terrible rayo que cayó.